jueves, 1 de diciembre de 2011

Comentario Texto "Ciencia y Método" - Roberto Carballo Cortina

Según el profesor Carballo Cortina, plantearse el significado y los objetivos perseguidos por la ciencia es una construcción personal que intenta explicitar la experiencia y las investigaciones de cada científico o estudioso. En efecto, como dijo en su época el genial Albert Einstein, “la ciencia como fin que debe ser perseguido es algo tan subjetivo como cualquier otro aspecto del esfuerzo humano de modo que cada individuo que viva en una época distinta dará una respuesta diversa acerca de los fines y los objetivos perseguidos por los investigadores. Por lo tanto, aunque si intenta llegar a conclusiones objetivas, demostrables y confutables empíricamente por cualquiera y en cualquier sitio, cada uno abordará el asunto desde su punto de vista personal, dedicándose a buscar las respuestas en los temas que les interesan más. De todo esto se deduce que la ciencia es una actividad humana, social e intrínseca al ser humano, que responde al afán de cada uno de nosotros en encontrar respuestas y soluciones, pero teniendo siempre en cuenta de nuestras limitaciones físicas, naturales o conceptuales. A pesar de esta faceta personal e individual, desgraciadamente hoy día los hombres intentan imponer su propia visión como objetivamente verdadera y aceptable, despreciando y rechazando todas las culturas que intenten oponerse al pensamiento único dominante. Este es, sin lugar a dudas, el camino más erróneo, porque nos llevará a unas consecuencias muy malas y nefastas. 
            Por otro lado, la idea de ciencia está directamente relacionada con la idea de progreso, es decir el objetivo último de cada análisis, investigación o descubrimiento será siempre ir hacia adelante y nunca hacia atrás. Dicho esto, es difícil establecer, entre ciencia y progreso, cual es la variable dependiente y cual la variable independiente. Entre otros, Popper, Longo o el mismo Marx intentaron establecer, una vez por todas, las relaciones existentes entre estos dos campos. Este último, en efecto, al ser un materialismo filosófico coherente, constituye la primera visión (o concepción) del mundo basada total y exclusivamente en la ciencia. La diversidad de opiniones, posturas y planteamientos representa, sin lugar a dudas, la prueba más fiable y creíble del hecho que no existe “la Ciencia”, sino distintos enfoques, puntos de vista y planteamientos, que se relacionas directamente con la opinión de uno de los mejores hombres de saber que ha tenido el ser humano.
            Todo esto nos sirve para avanzar un paso más en el tema y analizar la relación entre ciencia y concepción del mundo, destacando que la disección y separación entre concepción del mundo como un no-saber y ciencia como conocimiento es más un esfuerzo analítico y teórico que un problema real y corriente. Por lo tanto, debemos afirmar que el objetivo último de la ciencia y de los científicos también constituye una visión del mundo, ya que se nutre de los sistemas de ideas en vigor en cada época para construirse. Todo esto nos deja de manifiesto la extrema importancia de las ideologías, de los juicios de valor anteriores a la investigación científica. Cada uno de nosotros no “hace ciencia” por casualidad o porque empujado por el afán de conocer y explicar todos los aspectos de la naturaleza, sino que cada uno se dedicará en investigar y explicar una determinada faceta para “llevar el agua a su molino” y demostrar que sus ideas son válidas. En esta óptica, el marxismo puede ser analizado como uno de los intentos más claros de identificar Ciencia con ideología, visión del mundo con realidad, subjetividad con objetividad. Por lo tanto, debemos tener muy claro en nuestra cabeza la importancia de la relatividad de la ciencia, así como la centralidad del tema del método. Este el instrumento más valido a la hora de apreciar el éxito o el fracaso de una investigación científica, siendo el reflejo tanto del individuo que lo aplicará y llevará a cabo como de su visión de partida y de sus juicios de valores, que le empujarán a analizar un fenómeno en lugar de otro. Dadas estas características, no es de extrañar que tampoco esta vital herramienta en mano de los científicos esté libre de la influencia de la ideología. Por lo tanto, ésta (considerada como el conjunto de valores, creencias e ideales poseídos por los individuos a través del cual analiza y explican la realidad) está presente en todas y cada una de las etapas del método científico, a saber descripción, clasificación, explicación y verificación. Cada una de esta etapa metodológica se puede abarcar utilizando tres modos de inferencia: deductivo, inductivo o reductivo. Cada investigador puede utilizar indistintamente cada una de las técnicas, dependiendo de su aptitud personal o del objeto de investigación, o incluso puede combinar las tres para obtener un análisis más detallado y profundizado.
            En la primera etapa, el investigador se “limita” en observar (con ojo y espíritu crítico) y describir el objeto de investigación, limitando así su futuro estudio a los rasgos y características más notables e importantes. Una vez observado y descrito su objeto de análisis, en la siguiente fase se deberá proceder a clasificarlo, es decir se deberán encontrar las similitudes y diferencias con otros objetos del entorno con en el fin de situarlo analíticamente en el contexto adecuado. Una vez entendido donde está el investigador y su objeto, se pasa a la formulación de hipótesis de investigación, que sería una proposición (o un conjunto de proposiciones) con las cuales se intentará explicar el cómo y, sobre todo, él porque del fenómeno investigado. Una vez elaborada esta hipótesis, es de fundamental importancia verificarla y validarla empíricamente, para ver si el presupuesto de partida es correcto o bien si hay algún fallo. En el caso de que esto ocurra, hay que volver atrás en la investigación y, a través del método de “ensayo y error”, probar y reprobar hasta que no se encuentre una explicación lógica y satisfactoria del fenómeno.
            Todos estos procesos, que al fin y al cabo no serían nadan más que un procedimiento de tesis, antítesis y síntesis, demuestran que el método de investigación debe distinguirse formalmente del método de exposición. Según nos dice Marx, en efecto, “la investigación ha de tender a asimilarse en detalle la materia investigada, a analizar sus diversas formas de desarrollo y a descubrir sus nexos internos. Y si sabe hacerlo y consigue reflejar idealmente en la exposición la vida de la materia, cabe siempre la posibilidad de que se tenga la impresión de estar en una construcción a priori”. Por lo tanto, la investigación abarca todo el proceso del conocimiento científico, mientras que la exposición representa una etapa distinta, que se llevará a cabo solo cuando terminamos con la investigación. La exposición consistirá en el proceso dialectico que, partiendo de una formulación teórica del problema y de sus coordenadas teórico – prácticas, permita la realización de un análisis empírico de la realidad objetiva que nos conduzca a la formulación de una hipótesis. 

RECENSIÓN SEGUNDO LIBRO

El segundo libro que os quiero aconsejar está directamente relacionado con el anterior. Se trata de la obra del economista británico Ian Gough quien, con algunos años de antelación respecto al trabajo del español Ramón Cotarelo, se dedicó a escribir, estudiar y analizar los rasgos característicos del Estado del Bienestar. En efecto, su obra se llama “Economía Política del Estado del Bienestar”. En este libro, se centró sobre todo en la interrelación entre sistema de producción capitalista y Estado del bienestar, definido “como la utilización del poder del Estado para modificar la reproducción de la fuerza de trabajo y controlar la población no activa en las sociedades capitalistas”. Como se puede deducir de esta afirmación, el autor británico adopta una óptica profundamente impregnada de marxismo; en efecto, el intento de su libro es enmarcar los principios, funciones y características del Estado del bienestar dentro de la economía capitalista y sus relaciones sociales. Por esto, no es de extrañar que en su obra se hable muy a menudo de conceptos como “explotación de los medios de producción”, “economía capitalista”, “clase trabajadora”, “división del trabajo”, etc. etc. Según su planteamiento, los medios más importantes disponibles por el Estado son “la concesión directa de beneficios y servicios, la utilización paralela del sistema de impuestos y la regulación estatal sobre las actividades privadas de individuos y sociedades”. En virtud de esto, el moderno Estado del bienestar, interviniendo activamente en la economía y en los mercados, consigue reproducir la fuerza de trabajo, “controlando de esta manera el nivel, la distribución y el modelo de consumo en la sociedad capitalista actual”.
Uno de sus grandes logros ha sido la afirmación que el Estado del Bienestar cuesta. En particular, él detectó que “los costes de los servicios sociales en Gran Bretaña  como parte del PNB se ha elevado desde alrededor del 4% antes de la Primera Guerra Mundial al 29% en 1975”  Entre los servicios sociales más destacables, Gough señaló la seguridad social, la educación, la sanidad y la vivienda. Según su planteamiento, los factores que contribuyeron en mayor medida a este importante crecimiento del gasto social fueron los costes relativos crecientes, los cambios demográficos, la mejora de los servicios y el crecimiento de las necesidades sociales.
A pesar de la solidez de sus afirmaciones, la obra del británico tiene algunos fallos importantes. En primer lugar, él relaciona íntima y directamente el Estado del bienestar con el sistema de producción, distribución y acumulación típico de la economía capitalista de mercado. Es más, según su planteamiento este modelo de gestión política surgió y se desarrolló para, literalmente, estar “al servicio” del capitalismo. En efecto, tal como he podido entender de su obra, el aumento del gasto social del Estado, dirigido tanto a los empleados (salario, remuneración), como a los parados (subsidios de desempleo, incentivos para encontrar una nueva ocupación), a los jubilados (pensiones) y al conjunto de la sociedad (política activa de sanidad, educación y vivienda públicas) responde a una serie de objetivos precisos y bien definidos. En primer lugar, la actuación de los poderes públicos es necesaria para que haya una circulación continua y constante de moneda corriente en los mercados; además, esto incentiva a la llamada “fuerza de trabajo”  para que sea más productiva, dado que una vez que dejen de trabajar podrán “recoger” los frutos de su ardua actividad; en tercer lugar, las ayudas a los sectores más débiles sirve para que los que no disponen de un salario fijo puedan consumir los bienes presentes en el mercado; en cuarto lugar, este modelo legitima y fundamenta al sistema productivo capitalista. En conclusión, el welfare state es total y completamente funcional al capitalismo; su existencia depende de este sistema económico, así como sus fallos y sus ineficiencias. Más especificadamente, el autor llega a afirmar que “los fallos del Estado del bienestar son el reflejo de los fallos del sistema capitalista mundial”.
 Su análisis es, por lo tanto, demasiado “ideologizado”: todo su marco analítico se basa solo y exclusivamente en la lógica marxista. Este es, probablemente, la crítica más importante que me siento de mover al economista británico, dado que, a partir de este enfoque, considera el Estado del Bienestar solo y exclusivamente un fenómeno económico. De aquí el uso frecuente de términos procedentes de la economía política. Esto le impide profundizar el análisis, dejando a lado las componentes políticas y sociales, que en mi opinión son mucho más útiles para analizar el Estado del Bienestar. Además, la conexión entre capitalismo y Estado del bienestar no es tan directa y automática como Gough quiere enseñarnos. En efecto, no solo el welfare state no está “al servicio” de la economía capitalista, sino que incluso se opone a ella: según el planteamiento de los intervencionistas, el Estado tiene que actuar en el mercado para equilibrar y corregir los fallos del mercado, es decir el sector público debe encargarse de llevar a cabo una segunda distribución de la renta y del capital, más equitativa y socialmente justa. Todos estos fallos, repito, son el resultado de un único error: lo de analizar un fenómeno tan complejo y multifacético como el Estado del Bienestar reduciendo todas las variables posibles únicamente a la lógica economicista del enfoque marxista, que se basa en los factores de producción, en la fuerza de trabajo y en su explotación por parte de los dirigentes capitalistas. Reducir el enfoque solo a esta mirada no permite, en mi opinión, formular objetivamente un análisis completo y exhaustivo. Además, creo que Gough falló también en el punto de vista metodológico, llevando a cabo su análisis exclusivamente en su país de procedencia y en una franja temporal muy limitada. Esto empobrece el debate y el análisis, porque, como sabemos, la política fiscal y monetaria del Reino Unido es profunda y totalmente distinta de los países continentales, nórdicos y mediterráneos, dejando a lado las importantísimas diferencias presentes “al otro lado del charco”.
Por todo esto, he querido escribir primero sobre la obra de Ramón Cotarelo. Éste es el modelo de análisis que quien quiera investigar sobre un tema económico, político o social debería seguir para llevar a cabo una investigación coherente y satisfactoria. Ahora bien, es importante destacar que, a pesar de los fallos del británico, su obra es un must para los que cursen una carrera de ciencias políticas y de la administración, sobre todo porque hoy día todos debemos saber en qué modelo de Estado nos encontramos y, sobre todo, plantearnos si esto seguirá siendo así o bien si hará evolucionando (en positivo o en negativo).