miércoles, 30 de noviembre de 2011

COMENTARIO LIBRO RAMÓN COTARELO

El primer libro con el cual quiero estrenar mi “sección bibliográfica” es la obra del estudioso español Ramón Cotarelo “Del Estado del bienestar al Estado del malestar (La crisis del Estado social y el problema de legitimidad)”. En esta obra, Cotarelo analiza de manera detallada y pormenorizada el origen, auge y declive del Estado del Bienestar. La conclusión a la cual llega es que hoy nos encontramos, en España, con un “Estado del Malestar”, que está traicionando los principios y valores inspiradores y fundadores de esta maravillosa “invención” del ser humano que es el estado del bienestar. El libro me pareció muy oportuno, teniendo en cuenta no solo el corte económico de la presente asignatura, sino también (y sobre todo) el actual contexto histórico, político, social, y, sobre todo, económico en el cual se está encontrando ahora España. Es más, lo que está ocurriendo en este último periodo en la Cataluña gobernada por Arthur Mas (líder de CiU) puede ser visto como el paradigma, el ejemplo más claro del hecho que Cotarelo estaba total y completamente en lo cierto cuando estaba escribiendo su libro. Y esto es aún más importante y relevante si tenemos en cuenta que este libro es relativamente “antiguo” (fue editado por el centro de Estudios Constitucionales en el año 1990). Algunos dirían que Cotarelo era un “gafe” que preveía un futuro oscuro para su país de origen, pero yo en cambio creo que el estudioso español demostró una gran dote de clarividencia cuando publicó su trabajo.
En esta obra, Cotarelo nos dice que en la época de máximo “esplendor” del Estado del Bienestar, incluso se llegó a afirmar que este sistema sería “la construcción perfecta de la convivencia humana, la síntesis de dos contrarios hasta entonces excluyentes: la libertad y la igualdad, es decir el resultado de la fusión completa y perfecta de las dos corrientes que alimentaron el pensamiento político occidental desde comienzos del siglo XIX, el liberalismo y la democracia”. Sin embargo, según su visión, la violenta crisis del petróleo de los años ’73 – ’74 provocó una fuerte crisis de legitimidad del Estado del bienestar. Es más, se criticó el hecho que este sistema no era suficientemente capaz de garantizar el pleno empleo, uno de los “caballos de batalla” de la época anterior. Si queremos ser precisos y sinceros, la previsión de Cotarelo en los años ’90 es demasiado halagüeña para la situación actual, dado que ahora al déficit de legitimidad de los ’70 del siglo pasado hay que sumarle la profundísima y gravísima crisis actual, que está “obligando” a los gobiernos a recortar gasto, reajustar cuentas o a lograr el equilibrio presupuestario. Y todos estos términos técnicos, áulicos y elevados se traducen, yendo al grano, en recortes en gasto social, es decir en la aplicación brutal de “tijeretazos” que están seria y peligrosamente cuestionando los pilares básicos del Estado del Bienestar, como por ejemplo la educación y la sanidad básica públicas, el seguro de desempleo, una política de viviendas digna y satisfactorias y un sistema de pensiones que gratifique a los que han pasado su vida trabajando. 
Personalmente, creo que la obra de Cotarelo es genial y recomiendo calurosamente su lectura, sobre todo porque las conclusiones a las cuales llega no son fruto de especulaciones, augurios o adivinanzas, sino más bien son el resultado de un profundo análisis del Estado del Bienestar de aquella época, analizando el tema desde 4 puntos distintos. En efecto, él justificó su planteamiento desde el enfoque jurídico, económico, sociológico y político. Personalmente, conozco a muy poco autores que abarcan un tema desde puntos tan diferentes para llegar a la misma conclusión y esto es, sin lugar a dudas, uno de los mayores puntos fuertes de este optimo pensador español. 

RESUMEN CAPÍTULO VI LIBRO SWEEZY

La acumulación de capital va acompañada por una mecanización progresiva del proceso de producción: la misma cantidad de trabajo, operando con un mejor equipo, puede ser más eficiente y productiva. Esto quiere decir que la productividad del trabajo crece de continuo y que la composición orgánica del capital exhibe también un curso ascendente sostenido. De estos cursos Marx derivó su famosa ley de la tendencia descendente de la tasa de ganancia, dado que hay una relación inversamente proporcional entre la composición orgánica y la tasa de ganancia. Por lo tanto, este carácter descendente de la ganancia tendría que cerrar al fin los cauces de la iniciativa capitalista, llegando hasta el punto en que esta tasa asumirá valores negativos y, por lo tanto, el capitalista perderá dinero en lugar de ganarlo. Todo esto se puede resumir en la fórmula matemática g= p’ (1-0), en la cual se supone la p’ como constante.
Ahora bien, Marx enumera cinco causas contrarrestantes, que frenan y anulan la ley general de la tasa descendente de la ganancia, dejándole tan solo el carácter de una tendencia. Éstas son:
1.      Abaratamiento de los elementos del capital constante. El uso creciente de maquinaria, elevando la productividad del trabajo, disminuye el valor por unidad del capital constante.
2.      Aumento de la intensidad de explotación. La prolongación de la jornada laboral eleva directamente la tasa de plusvalía, aumentando la cantidad de trabajo excedente sin afectar la de trabajo necesario.
3.      Depresión de los salarios más debajo de su valor. Un salario más bajo reduce los costes y aumenta las ganancias.
4.      Sobrepoblación relativa. La existencia de trabajadores desocupados conduce a la instalación del capital relativamente baja y, por lo tanto, una tasa de ganancia relativamente alta.
5.      Comercio exterior. El comercio exterior abarata los elementos del capital constante, reduciendo los costes de producción.
Sin embargo, esta ley tiene algunos fallos. Como hemos visto, Marx identifica la composición orgánica del capital con la tasa de plusvalía. Una composición orgánica ascendente del capital va de la mano con la creciente productividad del trabajo. Teniendo la tasa de plusvalía constante, esto implica que una mayor productividad produce salarios mayores, de manera que ésta beneficia tanto al obrero como al capitalista; de esto se deriva que el trabajo pasado, en forma de capital constante, mantiene una relación de competencia con el trabajo viviente y frena las demandas de este último. Por lo tanto sería más adecuado reconocer que la productividad ascendente tiende a llevar consigo una tasa más alta de plusvalía, que deja de ser constante y fija.
Si adoptamos este enfoque y suponemos que tanto la composición orgánica del capital como la tasa de plusvalía son variables, entonces debemos deducir que la tasa de ganancia bajará si el porcentaje de aumento en la tasa de plusvalía es menor que el porcentaje de disminución en la proporción del capital variable respecto al capital total. Si estos argumentos son sólidos, se sigue que no hay ninguna suposición general de que los cambios en la composición orgánica del capital serán relativamente tan superiores a los cambios en la tasa de la plusvalía que los primeros dominaran los movimientos en la tasa de ganancia: la formulación de la ley de la tendencia descendente de la tasa de ganancia ya no es muy convincente. A pesar de todo, una cosa parece totalmente segura: el aumento en la composición orgánica del capital tenderá a restablecer la tasa de la plusvalía y, en esa forma, a acrecentar el volumen de la plusvalía más allá de lo que éste hubiera sido en ausencia del aumento de la composición orgánica del capital.
            Por último, es necesario hacer referencia a otras fuerzas o factores que tenderán a deprimir o a elevar la tasa de la ganancia. Entre las fuerzas tendientes a deprimir esta tasa podemos mencionar los sindicatos (luchan por el aumento del salario de los trabajadores o por la mejora de sus condiciones de vida, reduciendo así la plusvalía de los capitalistas) y la acción del Estado en beneficio y protección de los trabajadores (el marco institucional existente, como la limitación legal de la jornada de trabajo, el seguro contra el desempleo y la legislación destinada a salvaguardar el derecho de contratación colectiva representan un obstáculo a la actividad de los empresarios). Por lo contrario, las organizaciones patronales (los “antagonistas” de los sindicatos), la exportación del capital (que puede representar una válvula de escape muy válida en el caso de estrechez del mercado interno), la formación de monopolios y la acción del Estado en beneficio del capital (como por ejemplo las tarifas protectoras, que, así como los monopolios, pueden elevar la tasa de ganancia general) pueden contribuir a elevar la tasa de ganancia de los capitalistas.   

RESUMEN CAPÍTULO IV LIBRO SWEEZY

La relación entre producción de mercancías y capitalismo no es tan fácil y clara como parece: el capitalismo implica la producción de mercancías, pero ésta no implica necesariamente el capitalismo. Bajo este sistema productivo la propiedad de los medios de producción corresponde a un conjunto de individuos, mientras que el trabajo manual lo realizan otros. En la producción de mercancías, las relaciones entre propietarios tienen el carácter de relaciones de cambio, mientras que en el capitalismo a éstas hay que añadir las relaciones entre propietarios y no propietarios. Además, en el sistema capitalista la fuerza trabajo es considerada como una mercancía más, añadida a la provisión de factores productivos. Otra diferencia importante entre los dos sistemas económicos y productivos es que, en la producción simple de mercancías, los individuos empiezan con mercancías, las convierten en dinero y, finalmente, adquieren nuevas mercancías (M-D-M); en el sistema capitalista, en cambio, se empieza por el dinero, se adquieren nuevas mercancías y, por último, se venden estas mercancías para producir e ingresar una mayor cantidad de dinero (D-M-D’). Este incremento de dinero es lo que Marx llama plusvalía y que constituye el objetivo, la finalidad ultimo de todo capitalista. Esta plusvalía tiene origen en la nueva mercancía a disposición de los capitalistas: la fuerza de trabajo. Sin embargo, esta mercancía se procede de una “mercantilización” de los seres humanos, quienes venden su capacidad productiva a cambio de dinero; de aquí la dificultad en establecer un precio de mercado a esta mercancía tan peculiar. Según Marx, el valor de la fuerza de trabajo debe determinarse por el tiempo de trabajo necesario para la producción de una unidad; más especificadamente, para Marx el valor de la fuerza de trabajo es el valor de los medios de subsistencia necesarios para el mantenimiento digno del trabajador. De esto se deduce, por lo tanto, que el valor de la fuerza de trabajo se reduce al valor de una cantidad más o menos precisas de mercancías ordinarias y corriente.
  Según el análisis económico de Marx, la plusvalía no puede surgir del mero proceso de circulación de mercancías; asimismo, los materiales que entran en el proceso productivo tampoco pueden ser la fuente de la plusvalía. Por lo consiguiente, ésta deberá proceder de la fuerza trabajo, la nueva “mercancía” teorizada por Marx. Esto es así porque las unidades producidas por el obrero durante su jornada laboral no sólo cubren los costes salariales, sino que también exorbita esta producción, haciendo que todas las unidades adicionales sean producidas fuera del coste. En otras palabras, la jornada de trabajo puede dividirse en dos partes: el trabajo necesario y el trabajo excedente. Esta última parte es la que proporciona la plusvalía al capitalista, dado que en esta fase el trabajador está trabajando más de lo que le correspondería por convenio. Por lo tanto, lo específico del capitalismo es la forma que asume la explotación de una parte de la población por otra, a saber la producción de plusvalía. 
Todo esto implica un análisis más profundo del valor de las mercancías. De hecho, podemos distinguir tres partes: el capital constante(c), el capital variable (v) y la plusvalía (p). La primera parte representa el valor de la maquinaria y los materiales usados; la segunda se refiere al valor de la fuerza de trabajo, mientras que la tercera sería el excedente de producción, que se queda en las manos del capitalista. La suma de los tres valores daría como resultado el valor total de la mercancía.
 De esta ecuación (la columna vertebral del planteamiento económico marxista) se deriva el concepto de la tasa de plusvalía (la proporción de la plusvalía respecto al capital variable), que sería la forma capitalista de lo que Marx llama la tasa de explotación, o sea la proporción de trabajo excedente con respecto al trabajo necesario. Numéricamente, la tasa de explotación es idéntica a la tasa de plusvalía y pueden ser utilizados como sinónimos; sin embargo, cabe recordar que el primer es el concepto más general aplicable a todas las sociedades de explotación, mientras que el segundo solo se aplica al capitalismo. La magnitud de esta tasa es determinada por tres factores: la duración del día de trabajo, la cantidad de mercancías que entran en el salario real y la productividad del trabajo.
            El segundo concepto derivado de la ecuación marxiana es la medida de la relación del capital constante con el capital variable en el capital total usado en la producción. Marx llama a esta relación la composición orgánica del capital, que sería una medida de la amplitud en que el trabajo es provisto de materiales, instrumentos y maquinaria en el proceso productivo.
            Sin embargo, hay un concepto que es crucial para el capitalista y su sistema productivo: la tasa de ganancia. Ésta se define como la proporción de la plusvalía con respecto al desembolso total de capital. Su ecuación matemática sería p/ (c+v). Los factores que determinan esta tasa son los mismos que influyen sobre la tasa de plusvalía y la composición orgánica del capital. Asimismo, como en el caso de la plusvalía, también en el de la tasa de la ganancia se supone la igualdad general entre las industrias y las empresas, aunque si la experiencia real parece confutar y rechazar esta hipótesis. En efecto, esta igualdad se basa en tendencias reales existentes en la producción capitalista, que nacen de la fuerza de la competencia. Sin embargo, en la realidad podemos observar como las empresas tienden a formar oligopolios o incluso monopolios, lo que impide afirmar que la ley del valor de Marx sea correcta en todos los ámbitos. Ahora bien, según los críticos de Marx, el hecho de que la ley del valor no sea válida en el orden económico capitalista depende, según Marx, de un factor o serie de factores que oculta la esencia del capitalismo. Suponiendo que la composición orgánica del capital fuese la misma en todas las esferas de la producción, la ley del valor controlaría directamente el cambio de mercancías sin detener la explotación de los obreros por los capitalistas y sin reemplazar su deseo de ganancia 

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Comentario Tercer Texto

Tras haber explicado lo que tenemos que entender por ciencia, conocimiento, filosofía, concepción del mundo y realidad, tenemos que entrar ahora más en el detalle y explicar cómo se desarrolla la investigación científica. Más especificadamente, tenemos que analizar las etapas o fases del método científico, cuáles son sus rasgos característicos y cuál es su finalidad última. Lo primero que tenemos que hacer es observar. Ahora bien, no vale con “echar un vistazo” a un acontecimiento y ofrecer una visión aproximada de la realidad, sino que tenemos que mirar un fenómeno con la lupa, aislar los elementos más importantes, describirlos de manera pormenorizada y seleccionar solo aquellas características o rasgos que sean relevantes y que aporten algo útil al desarrollo de la investigación científica.
            Sucesivamente, tenemos que encontrar las relaciones e interacciones entre las características evidenciadas anteriormente, con el objetivo de formular una hipótesis que dé orden, coherencia y sentido al conjunto de la observación. En esta etapa, juega un papel fundamental la intuición y la fantasía, es decir la capacidad humana de crear, literalmente de la nada, un mundo total y completamente distinto. Esto es lo que caracteriza y distingue a los seres humanos de los animales y de las plantas: nosotros dejamos (en el bien o en el mal) una huella en el planeta en el que vivimos, lo marcamos con nuestra inteligencia, nuestra sabiduría, buscando siempre la mejora de nuestro nivel de vida o bien intentando paliar las desventajas estructurales y físicas que nos limitan respecto, por ejemplo, a los pájaros, los osos o las tigres. En una palabra, los humanos vivimos el planeta. Los demás seres vivientes, en cambio, lo habitan, pasan toda su vida de manera pasiva, dejándose guiar solo y exclusivamente por el instinto de supervivencia, sin preocuparse de sus actos o de sus consecuencias. Todo esto hace que los hombres, distintamente de los demás, sepan y puedan formular hipótesis.
            En tercer lugar (y directamente relacionado con lo anterior), una vez observado un fenómeno y encontrada la adecuada relación causa – efecto, hay que verificar empíricamente la hipótesis, es decir hay que pasar de la mera teoría a la práctica para ver si estamos en lo cierto o bien si nos hemos equivocado en alguna relación, elaborando una falacia teórica. En este caso, hay que volver atrás en el método de investigación científica y ver donde nos hemos equivocado (en la observación, en la formulación de hipótesis o en la misma validación empírica). En las ciencias naturales, el experimento (o la prueba) es tan importante como las dos etapas anteriores, porque es el único instrumento del que disponemos para asegurarnos si vamos por buen camino o bien si hay que volver atrás. Además, distintamente de las llamadas ciencias sociales, aquí los experimentos se caracterizan por ser universales, verificables empíricamente y, sobre todo, repetibles en laboratorio todas las veces que queramos. Por último, si los ingredientes fundamentales de la fase anterior eran la fantasía y la intuición, aquí necesitamos todo nuestro espíritu crítico para sacar las debidas conclusiones y proceder en la investigación.
Todo esto constituye un continuum, un proceso que nunca se acaba o se interrumpe, sino que está en continua evolución. Además, sería un error grosero dividir la teoría de la práctica, la observación de la teorización, la verificación de la formulación de hipótesis. En efecto, las etapas que caracterizan por estar tan relacionadas que es imposible partir el proceso; la distinción se hace solo y únicamente por convención o comodidad.
Dicho esto, cabe sacar dos conclusiones importantes del proceso: en primer lugar, la ciencia no se puede analizar por compartimientos estancos. Todo avance es el resultado de un descubrimiento anterior, pero al mismo tiempo la base, el punto de partida de una investigación superior, más completa, detallada y exhaustiva. Esto es lo que llamamos, con orgullo, evolución.
En segundo lugar, así como las ideas y el cerebro humano evolucionan, los conceptos siguen el mismo camino, es decir se hacen más complejos y profundos pero al mismo tiempo comprensible y asequible para todos.
Trayendo ahora las debidas conclusiones, debemos destacar que toda ciencia tiene un objeto de investigación concreto, utiliza un determinado método de investigación pero que, además, al seguir caminos distintos y utilizar técnicas diferentes, aportan una parte del conocimiento humano, de manera que sucesivamente el hombre puede reunir y pegar las piezas del puzle para tener el cuadro completo. Por último, cabe destacar que, aunque en el caso de que el objeto de investigación sea siempre el mismo, en cambio la lupa que utilizamos, el enfoque que le damos será cada vez más incluyente, abierto y multipolar, de manera que cada día podríamos descubrir una faceta nueva de un objeto del cual creíamos haber ya descubierto todo lo posible. 

jueves, 10 de noviembre de 2011

Segundo Comentario de Texto

Una visión del mundo (o Weltanschaung) no es LA realidad, el conocimiento puro, sino que es una concepción, sesgada y parcial, del mundo que nos rodea. Esta visión está compuesta y formada por una serie de principios y valores que nos guían, nos encaminan hacia una meta o un objetivo y nos sirve para dar sentido al mundo.  Hay distintos factores que influyen y producen esta concepción; entre ellos, el más relevante es, sin lugar a dudas, la sociedad en la que se vive. Sin embargo, estas son tan complejas y articuladas que es muy difícil entender lo que piensa cada individuo tomado singularmente. Además, cabe destacar una vez más que teoría y práctica se mezclan en un entramado tan complejo que es prácticamente imposible separar los dos ámbitos de actuación. Por último, cabe señalar que la visión del mundo a veces se superpone (e incluso opone) a la ciencia positiva, típica de las ciencias exactas.  Estas dos forma mentis se han impuesto mutuamente como pensamiento dominante, pero actualmente el pensamiento positivo se ha definitivamente llevado la mayor atención. Esto es debido al hecho que, mientras que las visiones del mundo, como hemos visto anteriormente, son particulares (aunque si pueden ser socializadas), interpretativas, interpretables y, sobre todo, subjetivas, la ciencia positiva, en cambio, es medible, ponderable y, sobre todo, general y objetiva. Dicho esto, conviene destacar que un aspecto no excluye el otro, es decir el pensamiento positivo- científico puede ser tomado como punto central de la concepción del mundo, limitando así las reciprocas desventajas y otorgando a la visión subjetiva la objetividad que necesitaba. En este modo, por ejemplo, puede que se consideren los científicos como la mejor clase social.
Analizando ahora la visión materialista del mundo, formulada por los filósofos alemanes Friedrich Engels y Karl Marx, cabe destacar algunos aspectos fundamentales. En primer lugar, se trata de una Weltanschaung explicita, en el sentido que se plantea la liberación de la conciencia de cualquier atadura o constricción, lo que produce a su vez la liberación de la praxis, de la acción concreta. Esto provoca que, en segundo lugar, la concepción marxista del mundo admita solo y únicamente el materialismo como fuente de saber. Más especificadamente, ellos buscan el pensamiento real y concreto y no el metafísico o teorético. Todo esto implica, además, un fuerte inmanentismo, entendido como el principio según el cual la explicación de los fenómenos debe buscarse en otros fenómenos presentes en el mundo y no en instancias superiores, ajenas o extrañas al mundo.  Esta es la esencia del materialismo más puro y genuino o más sencillamente del pensamiento real.  Además, el marxismo se caracteriza por la dialéctica, que es sumamente útil a la hora de desarrollar y elaborar el pensamiento científico – positivo. En efecto, gracias a la dialéctica, los individuos consiguen eliminar todos aquellos factores irracionales que podrían estorbar la objetividad, de manera que sin la dialéctica no hay pensamiento científico.  Esto se realiza gracias al utilizo de la racionalidad reductiva, que consiste en “simplificar” los conceptos, individuando los patrones comunes y unificándolos para que el pensamiento fluya con regularidad, homogeneidad y coherencia.
En conclusión, el pensamiento filosófico de Marx y Engels consiguió unir con éxito la visión (o concepción) del mundo con el pensamiento científico positivo (dominante en aquella época) y esto ha sido, sin lugar a duda, uno de los mayores éxitos conseguidos por los individuos, tanto que esta corriente de pensamiento sigue siendo discutida y debatida en los centros culturales a distancia de más de un siglo desde su formulación y elaboración. 

Primer Comentario de Texto

Según el gran filósofo y pensador J. Schumpeter, la ciencia es “cualquier conocimiento que haya sido objeto de esfuerzos conscientes para perfeccionarlo”. Haciendo un análisis sumario de esta definición, podríamos quedarnos satisfechos con esta definición, ya que sintetiza y condensa en una única frase lo que se puede entender por ciencia. Sin embargo, yendo más en el detalle y desglosando cada término, hay que lamentar que la definición es tan amplia, genérica e imprecisa que al final resulta decir todo y nada al mismo tiempo, es decir el concepto de ciencia detallado por Schumpeter no es ni exhaustivo ni completo. Y no lo es por una serie de razones.
 En primer lugar, la definición simplifica enormemente los hechos y la realidad empírica, identificando ciencia con conocimiento. Este último término es mucho más complejo de lo que parece, sobre todo porque implica y se desarrolla en tres características fundamentales: en primer lugar, el conocimiento, en el ámbito científico, no solo sirve para describir un hecho o un experimento (lo que sería reductivo), sino que también debe explicar, con bases científicas, porque un acontecimiento se produce y porque no podría producirse en otras circunstancias.
En segundo lugar, la explicación debe darse con criterios y formulas única y exclusivamente objetivas, verificables, ponderables, medibles. Además, la explicación debe poder ser verificable por quienquiera, en cualquiera circunstancia. Las ciencias exactas excluyen la subjetividad del observador, haciendo que este se “limite” en medir, formular y explicar racionalmente, sin expresar, bajo ningún concepto, ningún tipo de prejuicio, creencia, opinión o juicio de valor. En las ciencias exactas, las cosas son como son, y no pueden cambiar según el punto de vista del observador o su estado anímico. Es más, los experimentos científicos deben poder ser repetibles para encontrar el patrón que une entre ellos los fenómenos, encontrando la llamada relación causa- efecto. Ésta es, sin lugar a dudas, la gran diferencia que separa las ciencias exactas de las llamadas ciencias sociales. Por todo esto, no es de extrañar que Lenin y Engels consideren las ciencias exactas como materialisticas y no ideológicas o espirituales. Los científicos deben tocar la materia, no pensarla; deben medir un objeto, no interpretarlo; deben explicar una teoría, no formular una serie de hipótesis igualmente válidas y aceptables.
            El tercer factor que caracteriza al conocimiento es que este siempre es una base de partida para algo más; el conocimiento siempre es un fin para conseguir una meta mayor, pero nunca y jamás puede ser un fin en sí mismo. No basta con conocer, describir y explicar un objeto: el ser humano no se debe conformar con eso. Por lo contrario, la consecución del conocimiento es el punto de partida (y no la meta), la conditio sine qua non de la acción (praxis en griego).  Aquí está la clave de la complejidad del conocimiento, considerado ahora como la base de la acción o actividad. Este enfoque plantea, por lo tanto, nuevos retos y preguntas a los cuales tenemos que contestar: relacionando el conocimiento teórico con la acción práctica, ¿los científicos están actuando, además de teorizando? En mi opinión, la respuesta es positiva. Los científicos, a la hora de describir y analizar un fenómeno científico, lo están manipulando, cambiando, alterando. Por ejemplo, cuando los científicos explican cómo y porque se producen los terremotos, están simplificando un fenómeno complejo, haciéndolo comprensible incluso a los menos cultos o interesados. Por lo tanto, los científicos no se “limitan” en explicar la realidad, sino que además están ofreciendo a la comunidad un marco teórico importante, que sucesivamente servirá de base y apoyo para la acción concreta. Además, los mismísimos actúan mientras investigan, porque para conocer un fenómeno hay que actuar sobre él, moverlo, medirlo y manipularlo. Esta acción puede, además, proceder de una investigación anterior, de manera que conocimiento y acción representan las dos caras de una medalla que nunca termina o terminará, sino que siempre está evolucionando, progresando y dejando para la posteridad una mayor información.